Tarea 5. Divulgación y fraude.

Uno pensaría que en una disciplina como la Historia, donde el trabajo con fuentes, el análisis crítico y la revisión constante son esenciales, el fraude sería algo raro o excepcional. Pero basta mirar un poco más de cerca para darse cuenta de que no solo existe, sino que puede estar mucho más cerca de lo que creemos. No se trata solo de falsificaciones explícitas, como documentos inventados o datos manipulados. A veces, el fraude se cuela en forma de autoridad usurpada, personas que se presentan como historiadores sin serlo realmente.

En el tiempo que llevo como estudiante, ya sea de grado, máster o de doctorado, he notado con creciente incomodidad una tendencia que parece haber crecido con las redes sociales y la cultura de la inmediatez: la cantidad de periodistas, divulgadores o simples entusiastas que se autodenominan historiadores sin haber pasado por ningún tipo de formación académica. Basta con leer un par de libros —a veces ni eso: un buen hilo de Twitter o un video de YouTube bien editado— y ya se sienten con derecho a emitir juicios definitivos sobre procesos históricos complejos.

No tengo nada en contra de la divulgación, al contrario. La Historia necesita más puentes con el público general, necesita narrativas accesibles y atractivas, necesita llegar a la sociedad puesto que lo que investigamos es su historia. Pero una cosa es divulgar conocimiento y otra muy distinta es construirlo. Y aquí está el problema: muchas veces esos discursos "históricos" no están basados en fuentes primarias, ni en metodologías contrastadas, ni en el debate académico, sino en suposiciones, simplificaciones o directamente en intereses ideológicos. Eso, desde mi punto de vista, es una forma de fraude.

Un caso especialmente llamativo fue el del supuesto Diario de Hitler, que apareció en los años 80 y fue inicialmente validado por algunos medios como auténtico. Resultó ser una falsificación, y el escándalo fue enorme. Pero lo interesante no es solo la falsedad del documento, sino la necesidad que había, mediática, política, incluso comercial, de creer que era verdadero. Ese deseo de verdad rápida y espectacular es terreno fértil para el fraude.

¿Es más común de lo que pensaba este tipo de fraude? Sí. Completamente. Y en parte creo que eso es lo que más me ha inquietado tras revisar el material de la asignatura y reflexionar al respecto. No hace falta falsificar un documento para distorsionar el pasado: basta con tener una audiencia dispuesta a creer, y una voz lo bastante segura como para sonar convincente.

A otra escala, pero con igual impacto, están los libros que prometen "revelar los secretos ocultos de la Historia", escritos por autores sin formación específica, que repiten mitos, exageran datos o directamente inventan conexiones inexistentes. La Historia deja de ser una disciplina y se convierte en entretenimiento. Y como entretenimiento, deja de rendir cuentas a la verdad.

Pero lo peor, desde mi perspectiva, son la cantidad de libros "históricos" escritos, y exitosamente vendidos, que distorsionan por completo la labor del historiador. Un ejemplo claro es el caso de autores como Santiago Posteguillo. No tengo nada en contra de la narrativa literaria ni del interés que estos libros puedan despertar en el público general, de hecho, pueden ser una puerta de entrada válida al pasado, pero el problema surge cuando se venden como reconstrucciones fieles de la Historia, sin dejar claro dónde termina la fuente y dónde empieza la invención. El riesgo está en que muchos lectores asumen que, por estar bien documentadas y escritas con seguridad, estas novelas son Historia con mayúscula, cuando en realidad son una versión dramatizada y filtrada del pasado, escrita desde una mirada muy particular. Esa confusión entre literatura e investigación histórica es una forma de fraude suave, pero profundo, porque desfigura la percepción pública de lo que hacemos quienes sí trabajamos con fuentes, contextos y debates historiográficos reales.

Todo esto no significa que debamos encerrarnos en nuestras torres de marfil y despreciar cualquier intento de participación externa. Al contrario, como historiadores en formación, necesitamos estar en diálogo constante con la sociedad. Pero ese diálogo tiene que partir de una base honesta: el reconocimiento de que la Historia no es una serie de anécdotas ni un conjunto de opiniones, sino una disciplina rigurosa, con métodos, con debates internos, y con un profundo respeto por las fuentes.

Comentarios

  1. Hola, Patricia. Estoy de acuerdo contigo. Es muy común ver cómo se convierte un dato falso o una media verdad en un buen producto de marketing en el que lo de menos es el rigor.

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  2. Muchísimas gracias por tu participación en el curso. Espero que te haya sido de utilidad, y que le encuentres más usos al blog ;-)
    Suerte con la tesis!!

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