Tarea 4. Revisión por partes y factor de impacto
En el mundo académico y científico, publicar en revistas especializadas actualmente es, desde mi punto de vista, mucho más que un medio de difusión y divulgación del conocimiento, es un indicar de prestigio, de triunfo, un paso muy necesario para avanzar en la carrera investigadora y una forma de validar el trabajo propio. Sin embargo, detrás de estas publicaciones hay mecanismos complejos que no siempre funcionan de manera transparente o justa.
El sistema de revisión por pares es uno de los pilares de la publicación científica. Consiste en que los artículos enviados a una revista son evaluados por expertos en el mismo campo antes de ser aceptados para su publicación. En teoría, este proceso garantiza que los trabajos publicados sean rigurosos, relevantes y válidos. Sin embargo, en la práctica, presenta varias limitaciones.
Una de las principales críticas que recibe es su opacidad y subjetividad. Las revisiones suelen ser anónimas, y los criterios pueden variar notablemente entre revisores. Esto abre la puerta a sesgos personales, institucionales o incluso ideológicos. Lo que para un revisor puede ser un trabajo excelente, para otro puede ser inaceptable.
Esta situación me recuerda a algo que viví personalmente en 2018, cuando hice la prueba de acceso a la universidad, la EBAU. En mi instituto, nos dividieron en dos aulas para hacer el examen. Todos habíamos tenido al mismo profesor durante el curso, y el contenido que habíamos trabajado era el mismo. Sin embargo, al llegar las notas, hubo una diferencia abismal: los estudiantes de una de las aulas obtuvieron nueves y dieces, mientras que los de la otra (entre los que me encontraba) recibimos seises, cincos y cuatros. Algo no cuadraba.
En mi caso, saqué un seis, algo que me parecía muy por debajo de lo que esperaba. Decidí reclamar, y el siguiente corrector me subió la nota a un ocho y medio. Pero hubo casos aún más extremos. Una amiga mía tenía un cuatro y, tras reclamar, le pusieron un ocho. Como había más de tres puntos de diferencia entre las dos correcciones, se activó una tercera revisión: el tercer corrector le puso un nueve. Es decir, cinco puntos de diferencia por el mismo examen, solo dependiendo de quién lo corrigiera.
Esto, lamentablemente, también ocurre en el sistema de revisión por pares. La evaluación de un artículo puede depender enormemente de quién lo revise, y esto introduce una gran incertidumbre para los autores. Es difícil aceptar que un trabajo pueda ser rechazado o aceptado no tanto por su contenido, sino por factores tan arbitrarios como la identidad del revisor o su criterio personal.
Por eso, muchas voces dentro de la comunidad científica piden más transparencia, criterios más claros y homogéneos, e incluso la exploración de nuevos modelos de revisión. Además, los revisores no siempre disponen del tiempo suficiente para realizar una evaluación profunda, y en ocasiones la revisión se convierte en un filtro más formal que efectivo. También se han dado casos de favoritismos, plagios por parte de revisores o rechazos injustificados que solo se entienden desde una lógica de competencia o poder.
Una de mis mayores dudas dentro del mundo académico y la investigación siempre ha sido el factor de impacto y, en general, los índices de calidad de las revistas científicas. Es curioso cómo estos conceptos, que resultan tan fundamentales para una carrera investigadora, parecen envueltos en una especie de misterio elitista. Sabes que son importantes, que tienes que tenerlos en cuenta, que van a influir en tu futuro… pero nadie te los explica bien al principio. Es como si se esperara que nacieras sabiendo.
Cuando empiezas la carrera universitaria, la mayoría de las veces lo haces con ilusión, con preguntas, con ganas de aprender. Pero es difícil tener claro hacia dónde vas, sobre todo en una carrera como la mía, Historia. ¿Vas a hacer un máster? ¿Un doctorado? ¿Vas a investigar? ¿Vas a trabajar fuera de la universidad? En ese momento, ni siquiera sabes si al terminar la carrera estarás en tu país, si tendrás becas, o si querrás seguir dentro del mundo académico. Y sin embargo, desde las primeras prácticas de lectura científica ya te lanzan nombres como Scopus, JCR, Q1, Q4, y la dichosa frase: “esta revista tiene factor de impacto”.
¿Y eso qué significa exactamente? ¿Es una medida objetiva de calidad? ¿Por qué se valora tanto? ¿Por qué algunas revistas cuentan más que otras? No lo sabes, pero aprendes rápido que tienes que fingir que sí lo sabes. Porque en la academia, reconocer que desconoces algo básico puede sonar como una debilidad, aunque sea algo que nunca nadie te ha enseñado.
Otra paradoja es que te empiecen a hablar del prestigio de publicar en ciertas revistas o de cómo “sumar puntos” para acceder a becas y programas de doctorado… cuando todavía estás descubriendo qué te interesa. A veces ni siquiera has elegido un área concreta y ya te están diciendo que pienses en publicar en una revista indexada.
Esto genera una presión anticipada, innecesaria y, en muchos casos, desmotivadora. Es como si en primero de carrera alguien te dijera: “Sí, puedes disfrutar aprendiendo, pero no olvides que lo importante es que publiques pronto y que sea en una revista Q1”. ¿Qué se supone que haces con esa información cuando apenas estás aprendiendo a citar correctamente o a leer un artículo académico sin desesperarte?
Lo más llamativo es que todos estos términos —factor de impacto, índice h, cuartiles, indexaciones— son parte del lenguaje común de la academia, pero a menudo funcionan como barreras de entrada. Si no sabes lo que significan, puedes sentirte fuera de lugar. Y si preguntas, a veces las respuestas son tan técnicas o abstractas que sales igual que entraste.
¿No sería más lógico que estas cuestiones se enseñaran de manera explícita y accesible desde los primeros cursos? Que no se dieran por supuestas, sino que se explicaran como parte del aprendizaje sobre cómo funciona realmente la ciencia y la comunicación académica. No como algo “extra” para los que “van a investigar”, sino como una parte esencial del mundo universitario.
Y aquí viene otra cuestión: ¿qué pasa si no quiero hacer carrera investigadora? ¿Tengo que aprender todo esto igualmente? En cierto modo, sí. Porque la producción científica y la forma en que se publica afecta a cómo se genera y transmite el conocimiento. Incluso si no te dedicas a investigar, vas a consumir ciencia: leer artículos, basar tu trabajo en estudios previos, evaluar qué fuentes son fiables. Entender qué significa que algo esté publicado en una revista con “factor de impacto” también te da herramientas para leer críticamente.
Creo que es fundamental que empecemos a hablar de estos temas de forma clara, honesta y desde la experiencia real. No desde el lugar del experto que lo sabe todo, sino desde el de quien ha tenido que aprenderlo como ha podido. Es importante poder decir sin miedo: “Esto me parece confuso”, “Esto no me lo explicaron”, “Me siento presionada sin saber bien por qué”. Porque esa presión existe. Porque fingir que sabes lo que es el factor de impacto, el índice h o cómo se elige una revista Q1, cuando en realidad estás completamente perdida, no debería ser la norma.
También creo que los docentes, tutores e investigadores deberían normalizar explicar estos conceptos desde el principio, sin dar por hecho que todo el mundo los entiende. La academia necesita menos jerga, menos barreras invisibles y más empatía.
Si echo la vista atrás, reconozco que si yo misma me hubiese parado a pedir ayuda, si hubiese dicho “esto no lo entiendo”, en vez de callar por vergüenza, probablemente me habría ahorrado muchos momentos de ansiedad. No habría tenido que fingir que lo sabía. No habría tenido que aprenderlo por mi cuenta, a las malas, sintiendo que iba tarde o que no pertenecía del todo a este mundo.
Y lo peor es que ese silencio deja huella. Todavía hoy, cada vez que se mencionan términos como “impacto”, “indexación”, “cuartiles”, siento una especie de nudo en el pecho, como si me faltara el aire o tuviera que prepararme para fingir una vez más que estoy al nivel. Y no debería ser así.
Por eso escribo esto. Porque sé que no soy la única. Porque ojalá alguien me lo hubiera contado así, de forma sencilla, sin pretensiones. Porque la academia no debería ser un sitio donde tienes que demostrar todo el tiempo que mereces estar ahí. Debería ser un espacio donde poder aprender sin miedo, donde pedir ayuda no se viva como un fracaso, sino como una forma de crecer.
El factor de impacto, los índices de calidad, la revisión por pares… son partes importantes del engranaje académico, pero no deben convertirse en instrumentos de exclusión ni de ansiedad. En lugar de ser una especie de meta secreta, deberían ser herramientas comprensibles, que se enseñen paso a paso, a medida que vamos descubriendo qué tipo de profesional queremos ser.
"no deben convertirse en instrumentos de exclusión ni de ansiedad" totalmente de acuerdo. Pero eso no es tarea del individuo sino algo estructural, hay que cambiar los mecanismos de evaluación de la investigación, algo que está empezando a pasar ya con las iniciativas DORA, COara y demás.
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